Pasó el tiempo y la princesa seguía viajando, recorriendo el mundo en busca de algo que le hiciese detenerse. En alguna ocasión creyó encontrarlo, pero siempre se acababa transformando en un espejismo.
Dando vueltas y más vueltas, un día volvió a visitar al príncipe. Había conseguido reconstruir su reino, pero ahora era gris y frío. Las gentes no reían, casi ni hablaban, y andaban siempre cabizbajas. No se escuchaba música y los niños no jugaban. El príncipe se había transformado en alguien que hacía estremecer a quien se lo encontraba en su camino. Pero la princesa no tenía miedo y fue a su encuentro para relatarle lo que había encontrado durante su búsqueda. Entonces la expresión del príncipe cambió. Sus ojos se iluminaron y por un momento volvió a ser el mismo de tiempo atrás. Recordó que había sido feliz, pero ese recuerdo le hizo entristecer. Pidió a la princesa que se fuese para no volver, ya que su presencia le resultaba dolorosa. La princesa, tras meditar un largo rato, le dijo que se iría, pero que volvería si algún día llegaba a sus oídos que el reino gris se había derrumbado.
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