Comenzó a escribir. Sin pretensiones, sin prejuicios, sólo dejando que la mano se deslizase suavemente sobre el papel trasladando lo que ya estaba en la cabeza. Lo hizo durante horas. Al principio torpemente y a trompicones, hasta que poco a poco fue registrando pensamientos que estaban encerrados. Empezaron a salir a borbotones y ya no tenía ningún control sobre ellos. Dio un paso hacia atrás y todas las palabras se fueron estirando para conformar una nueva imagen. Se enfrentó al producto de su imaginación concentrándose en los detalles. Siguió las líneas una y otra vez memorizando la manera como se entrelazaban, recorriendo los nuevos contornos, comprendiendo aquel diálogo. Dolió, pero estaba bien así.
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